Construidas para perdurar eternamente, la estampa de las catedrales evoca aquel tiempo del Medievo en el que la religión constituye en los reinos hispano-cristia-nos la única guía de conducta de una estricta sociedad confinada en estamentos inamovibles. Una sociedad mayoritariamente agroganadera, mísera, y periódicamente diezmada por las hambrunas pero muy religiosa aunque aterrorizada por la llegada del fin del mundo, tal y como testimonian los textos escritos en los monasterios. Sin embargo, a partir del año 1000 el ámbito hispano-cristiano experimentará un profundo cambio con el incremento de la producción agrícola y el renacer de las ciudades, donde se concentran los artesanos que comienzan a intercambiar sus productos con los del campesinado en los incipientes mercados que se celebran en los burgos.
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